El juicio, ese triángulo amoroso entre el perito, el abogado y la verdad

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Hay juicios que duran tanto que uno llega a pensar que la justicia es una carrera de resistencia.
Pero no: es apenas una mala coreografía donde los que deberían bailar juntos se pisan los pies.
En el centro del escenario, tres personajes: el abogado, el perito de oficio y el perito de parte.
Cada uno convencido de ser el protagonista; ninguno recordando que el libreto es la verdad.

1. El perito de oficio: el oráculo fatigado
Nombrado por sorteo, ungido por el sistema y, a veces, más por azar que por mérito, el perito de oficio suele ser un técnico brillante… en teoría.
En la práctica, se lo convoca cuando el expediente ya es un fósil y el tiempo corre con la parsimonia de un reloj de arena judicial.
Su palabra es ley, aunque a menudo llega tarde, con un dictamen escueto y sin fotos.
Su firma pesa más que su análisis, porque la justicia argentina aún cree que el sello vale más que la visita a obra.

Y como si todo eso fuera poco, sus honorarios regulados por el juzgado son tan ínfimos que rozan lo ofensivo.
Por eso el perito de oficio, que debería ser la voz técnica del sistema, termina agotado a mitad de camino, mendigando adelantos simbólicos que no cubren ni el traslado al expediente.
Así, lo técnico se transforma en voluntarismo, y lo judicial en un limbo de resoluciones donde el conocimiento se paga con aplausos.

2. El perito de parte: el técnico que ve lo que nadie quiere mirar
El perito de parte no fue sorteado: fue elegido.
Y no por el azar, sino por confianza.
Camina la obra, mide, fotografía, anota, compara y descubre lo que todos prefieren ignorar: que los planos mienten menos que los expedientes.

Pero su palabra, aunque fundada y documentada, suele ser vista como “interesada”.
Como si el solo hecho de cobrar por su trabajo le restara objetividad, en un sistema donde todos —absolutamente todos— cobran por opinar.
Y si ese perito de parte acepta trabajar “por regulación judicial”, corre la misma suerte que el de oficio: termina esperando una resolución que llega cuando el caso ya pasó de moda.

3. El abogado: el traductor entre dos mundos
El abogado es el médium del proceso: convierte el lenguaje de los peritos en oraciones comprensibles para el juez, y las resoluciones judiciales en frases que un ser humano puede entender.
Pero muchos, en su afán de ganar el juicio, olvidan lo esencial: sin una buena prueba técnica, no hay verdad que defender.
La retórica brilla, sí; pero sin cimientos, cualquier discurso se derrumba.

Y mientras los peritos esperan una regulación que no cubre ni el café de la audiencia, el abogado —más práctico— negocia directamente con el cliente un porcentaje mucho mayor, ajeno al naufragio económico de quienes sostienen la prueba técnica.

4. La prueba: ese momento en que todos deberían hablar el mismo idioma
El sistema judicial argentino podría ahorrar años si los tres actores compartieran un mismo código desde el inicio.
Que el abogado no tenga que “interpretar” lo que el perito quiso decir.
Que el perito de oficio no ignore el trabajo del de parte.
Y que el juez no decida como si estuviera eligiendo entre dos religiones enfrentadas.

Un juicio bien estructurado debería durar menos que una obra mal hecha.
Pero eso exigiría que la verdad técnica tuviera prioridad sobre la forma procesal.
Y eso, claro, sería revolucionario.

5. Epílogo: ¿quién es el más importante en la etapa de prueba?
El abogado tiene la llave del proceso.
El perito de oficio, el sello.
El perito de parte, la verdad.

Y en un país que todavía confunde jerarquía con conocimiento, esa verdad sigue esperando su turno en la mesa de entradas.

6. El párrafo que debería incomodar
Lo diré sin rodeos: la miseria con la que se regulan los honorarios técnicos es la forma más elegante de despreciar el conocimiento.
No hay verdad posible si quien la demuestra debe pagar de su bolsillo para hacerlo.
Yo no trabajo por regulación judicial, y no porque me falte vocación, sino porque la dignidad profesional no se negocia en cuotas procesales.

Mientras el sistema se felicita por regular con “criterio de economía”, olvida que la verdadera economía judicial no está en pagar menos, sino en resolver mejor y más rápido.

Cuando se subestima al técnico, se condena al expediente a la mediocridad: informes pobres, dictámenes sin base y juicios que duran más que las obras que los originaron.
El juez firma, el abogado cobra, y el perito paga el precio del sistema.
Porque sí: el conocimiento sigue siendo la única moneda que en Tribunales no cotiza.

Desde Arquitectos de Abogados lo decimos con claridad.

Y mientras tanto, seguimos de pie —como técnicos, como peritos y como testigos— en un escenario donde el aplauso se lo lleva el orador, pero la verdad siempre está en los planos.


Arq. Teodoro Rubén Potaz
Arquitectos de Abogados

Acerca de nosotros: ARQUITECTOS DE ABOGADOS – Soluciones en conflictos edilicios. Lo asesoraremos en la interpretación del daño que lo afecta y cuáles son los pasos a seguir para defender sus derechos. Asesoramos también a Estudios Jurídicos y Arquitectos. CONÓZCANOS >>
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